foto: Hector Fabio Zamora (EL TIEMPO; CEET) |
Luz Marina Bustos es una mujer de origen campesino nacida en Paime (Cundinamarca). Se educó y formó al lado de sus padres en Pacho. Su trasegar por la vida la muestra como una mujer persistente. Luchó hasta con su padre por ingresar a la Policía. Mesurada, no quiso aceptar casarse en el momento en que su actual esposo, el coronel (r) Rafael Cepeda Granados, se lo propuso por primera vez.
Es abogada, con especialización en derecho administrativo, en derecho penal y ciencias forenses; estudió seguridad integral e hizo un diplomado en alta gerencia. Tiene además un diplomado en legislación militar y cursó un programa de gerencia de negocios.
Ha recorrido jerárquicamente toda la Policía: desde jefe del centro de instrucción femenino y subcomandante de una estación, hasta directora del Fondo Rotatorio, directora de Sanidad, agregada de Policía en Panamá, directora administrativa y financiera, directora nacional de escuelas y, ahora, subdirectora general.
“Todo ocurrió en 1980, cuando un estudiante de la Escuela de Policía Francisco de Paula Santander me contó, desprevenidamente, que iban a incorporar por primera vez a mujeres para oficiales en la Policía. En ese momento yo evaluaba mi futuro porque había terminado mi bachillerato”.
¿En dónde?
En Pacho, Cundinamarca, en el colegio La Presentación Pío XII.
¿Y qué pensaba estudiar?
Psicología, pero mi papá me decía que no me dejaba venir para Bogotá hasta que cumpliera 18 años. Las preocupaciones normales de un padre.
¿Qué hacía su padre?
Era ganadero y agricultor.
¿Hacendado?
No. Éramos una familia modesta, con lo necesario para atender a sus diez hijos. Cuando cumplí los 18 años vine a Bogotá e indagué sobre el programa de la Policía, en el cual iban a incorporar mujeres. Le llevé toda la información a mi papá y le comenté que yo deseaba hacer esa carrera, que me llamaba mucho la atención.
¿Y cómo reaccionó su padre?
¡Imagínese! Con incredulidad. “No puedo creer que sea una de mis niñas y no uno de mis hijos. Es una disciplina muy fuerte, y a los tres meses regresarás”, me dijo.
¿Cuántos hijos tenían sus padres?
Diez. Somos seis mujeres, y yo soy la sexta.
¿Finalmente lo convenció?
No en realidad. Hicimos un acuerdo. Como se iban a presentar más de 600 aspirantes y solo tenían cupo para 14, mi papá aceptó que me presentara, pero con la condición de desistir de la idea si no era escogida.
¿Y su madre qué actitud asumió?
Siempre estuvo de mi parte. Presenté los exámenes y fui escogida. Mi madre influyó para que mi padre cumpliera el acuerdo. Lo hizo, pero seguía resistente. Durante los primeros cuatro meses no recibí sus visitas.
¿Y cuándo cambió?
Cuando me vio por primera vez con uniforme. El día de la entrega de armas, vino a la ceremonia y cambió su posición cuando oyó manifestaciones de mi buen rendimiento. Se mostró entonces orgulloso de su hija y me miraba con cierta admiración. Mi padre volvió a ser muy amoroso, y recuerdo que me preguntó si estaba contenta. “Muy feliz”, le dije. A partir de ese momento, todo fue apoyo.
¿Alguno de sus hermanos siguió la carrera militar o de policía?
Mi hermana Betsy siguió mis pasos. Es la séptima. Ella fue edecán de policía del expresidente Álvaro Uribe.
¿Y se retiró cuando Uribe terminó?
No, no. Hace apenas cuatro meses. Tomó la decisión cuando ya era coronel. Como está casada, se retiró para dedicarse a su matrimonio.
¿Cómo fueron sus comienzos y sus primeros años en la Policía?
Fue una vida totalmente desconocida para mí: levantarse a las 4 de la mañana, desayunar a las 5 y empezar preparación física y actividad académica, combinadas con unos horarios a los cuales no estaba acostumbrada. Enfrentar además unos patrones culturales y una infraestructura que estaba hecha para hombres, como las prendas, y hubo la necesidad de adaptarlas para mujeres. Ese fue un momento de aprendizaje para la misma Policía. Fui testigo de esa metamorfosis.
¿Cuál fue el comportamiento de los hombres frente a ustedes?
Hubo dos segmentos: uno, que miraba con cierta resistencia, y otro, que lo aceptaba como algo natural y reconocía los derechos de la mujer.
¿Y había galantería o seducción?
El ser humano de por sí es coqueto, y más los hombres. Pero nada importante. Como estábamos sometidas a las mismas exigencias, tanto físicas como académicas, poco a poco fue desapareciendo la diferencia de género y nos consideraban compañeros de estudio en igualdad de condiciones.
Cuando llegó a subteniente y se redujo la intensidad de la preparación, ¿qué hizo?
A prestar servicio como cualquier policía. A la par, avancé en mis estudios de administración policial y comencé a estudiar derecho en la Universidad Católica. Luego me especialicé en derecho administrativo, penal, ciencias forenses y seguridad integral.
¿Todo esto ocurrió mientras usted seguía en la Escuela?
Una vez graduada, permanecí en la casa fiscal de la Escuela, pero ya no como alumna. Cuando incorporaron la segunda promoción me seleccionaron como comandante. Ese grupo lo conformaban 17 mujeres y 23 hombres. Era la primera vez que una mujer policía comandaba hombres, y, por supuesto, a algunos no les cayó muy bien. Pero superamos la incomodidad.
¿La parte docente en la Escuela cómo se practica?
En tres pilares: administrativo, operativo e investigación criminal e inteligencia.
¿Con servicio de vigilancia en la calle?
Desde luego. Como teniente hacía turnos de vigilancia, caminando o en patrulla. Recuerdo que el primer sector que patrullé fue el de Santa Fe, en el centro.
¿Y qué hacía frente a la prostitución callejera en ese sector?
Se atendía con un enfoque más preventivo y de control y con otros procedimientos, como los relacionados con expendios de droga y riñas callejeras. Eran turnos de 6 horas. Muchas veces los cumplí entre las 12 de la noche y las 6 de la mañana. Inclusive, como teniente coronel, fui comandante de la estación en Barrios Unidos.
¿Usted ha disparado contra alguien?
No. El protocolo del uso de las armas establece que disparar es la última alternativa y su uso obedece a la legítima defensa. Aprendíamos ciertos manejos para neutralizar o debilitar en caso de una agresión.
¿En la Escuela tuvo novio?
No, en el periodo de formación no tuve. Me casé a los ocho días de haber ascendido a teniente con un capitán.
¿Cómo fue la historia?
Yo tenía 23 años y estaba en la Escuela. Un día nos invitaron a una fiesta de integración en la residencia de un compañero. Alguien asumió una actitud intensa conmigo, que no me gustó. Yo era subteniente. Un teniente que estaba en la reunión acudió en mi auxilio. Estaba en comisión en el comando general de las Fuerzas Militares. Trabajaba en inteligencia. Conversamos y hubo una atracción mutua. Un mes después volvimos a salir.
¿Y comenzó el noviazgo?
Sí. Fuimos novios año y medio. Un día me propuso matrimonio. Mi reacción fue mesurada, y le dije que, por ahora, no. Me respondió: “Si no nos casamos ya, las cosas se terminan”, y mi respuesta fue: “Se terminan”. El rompimiento duró 3 días. Él no soportó, y yo tampoco. Vino la llamadita. Nueva confesión de nuestro amor, y todo se reanudó hasta nuestra boda.
¿Usted es de mal carácter?
No. Soy de carácter. Me altera la indiferencia; hay quienes no son conscientes de su responsabilidad social y su compromiso con la gente que necesita de su atención y eficiencia. Me molesta que funcionarios no cumplan el compromiso de servir. Hay que entender la condición de la persona que necesita ayuda o el servicio oportunamente.
¿Cuántos hijos tiene usted?
Tres varones. El mayor, Óscar, de 26 años, terminó relaciones internacionales; el segundo, Rafael Ricardo, cursa séptimo semestre de administración de empresas y Julián, que tiene 15, entró a noveno.
¿Qué significa ser policía?
Servir, proteger derechos y libertades, y garantizar espacios de convivencia y seguridad. Tengo vocación infinita de servicio y amor por el prójimo.
¿Tenía alguna indicación de que la iban a nombrar subdirectora de la Policía?
Absolutamente ninguna. Me sorprendí tanto como, supongo, ustedes. A uno no lo consultan. Lo ubican en donde lo necesiten. Eso hace parte de la dinámica propia de la institución; ya estamos acostumbrados a eso.
Hubo que retirar a seis generales para poder ascenderla. ¿Eso la afectó?
Claro, pero son decisiones del Gobierno, y todos somos conscientes de que siempre estamos a su disposición.
¿Usted ha hablado con ellos?
Por supuesto. Dentro del cuerpo de generales hay un grado de compañerismo y lazos afectivos que se generan por nuestra actividad. Solo he recibido manifestaciones de apoyo, de hermandad, consejos, orientaciones.
¿Por qué cree que el Presidente, el Ministro de Defensa y el nuevo Director de la Policía la escogieron para tan alto cargo?
Habría que preguntarles. Yo solo soy consciente de que tengo una formación estratégica, táctica y operacional, como todos los generales. La decisión es para mí una gran satisfacción, pero también una inmensa responsabilidad, que recibo como un reto más en mi vida profesional de 32 años.
¿Su esposo se retiró con qué grado?
De coronel.
¿Tuvo algo de envidia con su ascenso a subdirectora general?
Todo lo contrario. Solo manifestaciones de apoyo. Entre muchas de las cosas que le admiro está esa: nunca le he visto un sesgo frente a mi carrera profesional; me valora, elogia mis condiciones y admira mi capacidad. Es mi gran apoyo.
Primero, seguridad del ciudadano
‘La Policía Nacional jamás será un obstáculo para la paz’
En su opinión, ¿qué prioridades y qué necesidades tiene la Policía?
Seguir fortaleciéndose y modernizándose para responder a las necesidades del ciudadano en materia de seguridad. Con ese propósito, vamos a seguir trabajando de manera coordinada con las Fuerzas Militares. Es fundamental avanzar en el componente educativo y estar preparados para cualquier escenario futuro.
¿Qué opina sobre la interrupción del proceso de paz en La Habana?
El tema es de exclusiva competencia del presidente Santos. Solo puedo decir que la Policía trabaja y seguirá trabajando incansablemente por la paz y jamás será un obstáculo para conseguirla.
YAMID AMAT
Especial para EL TIEMPO
FUENTE: EL TIEMPO
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